«Cuentan que un grupo de espeleólogos quedaron
sepultados por un alud en el interior de una cueva. El equipo de rescate no
podría llegar hasta el amanecer.
Mientras, fueron recogiendo algo de leña y encendieron
una fogata para calentarse. Sabían que si el fuego se apagaba, morirían
irremisiblemente. Cuando se extinguió la llama y las brasas se cubrieron de
ceniza, ninguno echó al fuego el puñado de leña que se habían guardado:
−Jamás daría yo mi leña ─pensó el primero─ para
calentar a un negro.
−¡Lo tienen claro ─pensó el segundo─ si piensan que
voy a regalar mi leña a estos holgazanes. Es mía, me ha costado muchísimo
esfuerzo conseguirla.
−Es muy probable ─pensó el negro─ que tenga que
utilizarla para defenderme. Además, jamás compartiría mi leña con quienes me
oprimen o se niegan a reconocer mi propia dignidad.
−Este temporal puede durar varios días ─pensó el que
era oriundo del lugar─ voy a guardar mi leña por si acaso.
−El quinto hombre parecía ajeno a todo. Era un
soñador. Mirando fijamente las brasas, jamás le pasó por la cabeza ofrecer la
leña que tenía.
Cuando llegó el equipo de socorro se encontró con
cinco cadáveres congelados. El responsable comentó consternado: «lo que
realmente les ha matado ha sido el frío interior».
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